“No tengo ganas” – me dijiste, y yo te entendí.
¿Sabes qué? Yo tampoco tengo ganas. No. No
tengo ganas. De nada. Ni de hablar, ni de estar escribiendo esto aunque mi cabeza me pida que lo haga. Ni siquiera de respirar.
No puedo dejar de pensar en la gramática y la
sintaxis. En lo que se dice en un texto, y en lo que no se dice (y eso es
quizás para mí lo más peligroso), aquello que subyace, lo que se esconde, lo
que se niega. Callarse. A veces no es una elección, a veces simplemente no hay
otra opción, porque esas malditas palabras se niegan a salir de la boca, se
transforman en carbón de una angustia que esta siempre viva, siempre candente
que se alimenta de lo no dicho.
Yo tampoco tengo ganas abuela, ni una pizca
de ganas. Yo también como vos espero y miro pero no veo, y escucho lo que no
existe. Y te pienso abuela. Te pienso todo el tiempo. Y eso sí que no lo
entiendo, no puedo entenderlo. No puedo entender que me digan que así es la
vida, que el deterioro forma parte del ser humano, que lo acepte. “Dejala ir en
paz” me dicen. ¿A dónde abuela?, si siempre fuiste viento y nadie fue capaz de
encerrarte, decime quién soy yo para dejarte ir a ningún lado, a la nada. Si
vos sos esto que desplegaste en vida. Si te amo así con tu “trampolín por donde
bajan los elefantes”, con tus chistes, tus miradas cómplices, tu casa que no tiene ni un solo rincón que no te
haga regresar – más de 730 días -, con tu amor a raudales, con tus palabras
locas, con tus miradas perdidas, con tu angustia y tu llanto. Con tu espera
abuela, que es la mía. Con tus pocas ganas, que son las mías.
Las palabras se nutren de uno, y toman forma,
dejan su manera etérea y encuentran asidero ahí, en aquello que no se puede
nombrar, ni pensar, ni decir. Se te escapan
de los dedos, te crecen por el pupo como si fueran un hijo y te recorren, te
acompañan, te arrancan pedazos y también te emparchan. No son, pero están. Como
nosotros abuela, que no somos pero estamos. Que no nos abrazamos por vergüenza,
que nos duele sentirnos solos pero no lo decimos, que sentimos que no
merecemos, que la existencia es de fantasmas que nos atraviesan y nosotros
miramos pasivamente, porque ante lo que
no existe, ¿cómo se lucha abuela?.
Volvé de tu limbo y acompañame nona, no me
dejes sola. O llevame con vos. Haceme un mimo en el pelo y detené mi cabeza,
como vos me hacías: “shhh tranquila mi princesa bonita… shhh tranquila,
tranquila, tranquila”. Te extraño… me niego a que seamos nada Tota de mi alma.
Mi memoria va a ser tu memoria, mientras viva y me quede algo de luz Nelly
Haydee Cooreman. Decirte gracias es groseramente insignificante. Es preferible que
las palabras no sean dichas